Esta cartografía es, probablemente, la más conocida del Real Alcázar, y la única de las aquí recopiladas que se relaciona más con el espacio que con las especies que lo conforman. Se trata de un mapa que muestra los jardines del Real Alcázar como un conglomerado creado por diferentes culturas a lo largo del tiempo. Una amalgama en la que se han ido injertando nuevas especies y sensibilidades, alentadas por el cambio de sus moradores y de las redes que estos establecían con el mundo.
El poeta Joaquín Romero Murube, uno de sus conservadores más ilustres, identificaba primordialmente tres grupos de jardines: aquellos de carácter islámico, aquellos renacentistas, y los jardines modernos. A pesar de esta aparente discontinuidad, el propio Murube nos advertía del afortunado diálogo que se establece entre ellos.
a) jardines islámicos
El primer grupo, formado por los jardines islámicos (s. XI-XIV), abarca desde la fundación del Alcázar hasta las intervenciones del rey Don Pedro (Pedro I de Castilla), intensamente influenciadas por la presencia de jardineros y alarifes nazaríes. A pesar de suponer solo el 5,4% de la superficie total, su singularidad es el origen de ese arquetipo o invariante que con el tiempo ha venido a denominarse jardín sevillano.
El patio del Yeso, el de la Contratación, el jardín de Crucero, el patio del León, el de la Montería o el patio de las Doncellas tienen su origen en este periodo.
Estos jardines se caracterizan por su pequeña escala y su profunda conexión con la arquitectura. Se trata de una sucesión de espacios fragmentados y sin grandes perspectivas, donde todo se contiene y todo está al alcance de los sentidos, como si de un interior íntimo se tratará.
El más antiguo que se conserva es el Patio del Yeso, probablemente diseñado por el arquitecto Ali al-Gumari. Sin embargo, aún más singulares resultan los jardines de crucero en dos niveles, los cuales se concibieron como un espacio rectangular articulado en altura. Abajo, aparecen una serie de parterres rehundidos que acogen la vegetación formada por flores y árboles, cuyas copas y frutos quedan a la altura de quien deambula por el nivel superior. Arriba, se sitúan cuatro andenes surcados por sendos canales en alusión a los cuatro ríos del Paraíso.
En el Alcázar de Sevilla se da una concentración inusual de estos jardines de crucero entre los que podemos encontrar el patio de la Contratación, el Jardín de las Doncellas, el patio de la Montería y el patio de Crucero. Actualmente, los dos últimos se encuentran rellenos, esperando una rehabilitación que les devuelva la singularidad que antaño tuvieron. De todos ellos el Patio de la Contratación resulta el más grandioso, debido a la profundidad a la que se situaba el jardín respecto de los andenes y salones superiores. Un espacio único, si nos atenemos a lo conservado en el Occidente islámico, y que parece más emparentado con los espacios climáticos de los Sirdabs construidos en los palacios abasíes de Samarra.
b) jardines renacentistas
Paralelamente al Descubrimiento de América, se produjo un segundo descubrimiento, o habría que decir re-descubrimiento; en referencia a las culturas clásicas que se propagaron por Europa provocando un cambio sin precedentes.
En los jardines del Alcázar, dicho movimiento fue auspiciado por los Austrias. Primero, con las adecuaciones de los jardines para la boda de Carlos I con Isabel de Portugal. Después, con las realizadas por Felipe II y Felipe III, quién contó con los servicios de Vermondo Resta, arquitecto y paisajista de origen lombardo que transformaría el Alcázar con su sello híbrido, donde el clasicismo maduro del manierismo trabaría una especial relación con el patrimonio preexistente.
Atendiendo a esta premisa, los jardines clásicos del Alcázar se identifican con aquellos situados en el flanco sur, entre el palacio y la galería del Grutesco, separados de los demás por muros y verjas y entre los que se hallan el patio del Príncipe, el jardín de las Flores y el de Galera, el jardín de Troya y el de la Danza, el jardín de Mercurio, el de las Damas y el jardín de la Cruz (antiguo laberinto donde se hallaba el Monte Parnaso) así como el cenador de Carlos I. El patio de Levíes, el patio del Chorrón y el de la Alcubilla cerrarían la lista de jardines de influencia clásica los cuales representan, en la actualidad, un 24,3% de la extensión total de los jardines.
De estos diversi giardini ridotti, como los denominó Cosimo de Medici, sobresalen varios aspectos, como la dimensión y contención de los mismos a través de la disposición escenográfica de muros de fábrica y naranjos en espaldera, o la adopción del arte del topiario, recreando con la vegetación formas artiiciales asociadas a gigantes y galeras. Investigaciones precedentes, como las ya citadas de Correcher, han puesto de manifiesto cómo durante este periodo se produjo una integración y reordenación de los diferentes jardines, tanto antiguos como modernos, en una narrativa coherente alusiva a la mitología clásica. Proceso que ha quedado grabado en la toponimia de los diferentes jardines.
Por último, tenemos que subrayar un hecho de importancia capital para la evolución de estos jardines como fue la transformación de la antigua muralla almohade en un paseo en altura: la galería del Grutesco. Una infraestructura que mantiene e incluso potencia un tema ya ensayado en estos jardines —por ejemplo en los de crucero— como es la experiencia de extender las perspectivas andando sobre la copa de los árboles, como si del barón rampante se tratase.
C) jardines modernos
Por último, a principios del siglo XX, en un corto periodo de tiempo, se realizan las tres últimas grandes ampliaciones de los jardines del Alcázar. Proyectos que traerían consigo la pérdida de espacios destinados a huertas productivas y de aclimatación de especies, disipándose de esta forma parte del carácter experimental que siempre habían tenido dichos jardines y que este estudio pretende recuperar.
Para transformar las últimas dos huertas se desarrollaron diversos jardines atendiendo a los gustos de la época. Actualmente estas operaciones suponen el 70,4% de la totalidad de los jardines.
La primera transformación fue la que convirtió la Huerta de la Alcoba, aquella de la cual Navaggiero se enamoró al visitarla con motivo de la boda de Carlos I, en un jardín de tipo pintoresco único en Sevilla. Para ello Juan Gras y Prats, jardinero de la Casa de Campo y diseñador de los jardines de la Magdalena de Santander, hizo traer árboles de gran porte desde los sitios reales de la Granja de San Idelfonso y Aranjuez, entre los que destacaban ginkgos, magnolios, olmos o cedros orgánicamente dispuestos sobre un manto de suave verde.
La segunda operación fue la realizada en la Huerta del Retiro, la cual ya había sido objeto de algunos trabajos coincidiendo con la estancia de José Bonaparte, y que primero fue segregada, cediéndose a la ciudad un buen trecho (que hoy se corresponde con los jardines de Murillo) y, posteriormente, fue rediseñada, siguiendo patrones geométricos más regulares en sintonía con las exploraciones que Forestier había comenzado a realizar en Sevilla y en Castilleja de Guzmán, y que —posteriormente— Talavera, entre otros, continuará depurando de forma tácita. Hoy esta huerta es conocida como el jardín del Marqués de la Vega Inclán, en honor a su promotor.
La tercera y última gran intervención fue la creación del jardín de los Poetas. Un espacio alentado por Joaquín Romero Murube y diseñado por Javier Winthuysen que se organiza alrededor de una lámina de agua y que continúa recreando tipológicamente ese arquetipo que es el jardín sevillano, síntesis de influencias islámicas, renacentistas y románticas, que ambos ayudaron a consolidar.